Thursday, March 15, 2007

Literatura decorativa

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-De El Día, Es.


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Yo creí que esas cosas ya no pasaban. Que eran usos y costumbres arrumbadas en tiempos ya idos. Pero, no. Una recentísima encuesta realizada en el Reino Unido revela que más de la mitad de los británicos compran libros, no para leerlos, sino para decorar las estancias de sus casas.

Aquí también hubo una época en la se recurría a estas prácticas decorativas. Los ricachones llegaban a la librería y le decían al dependiente:

-Me pone usted tres metros lineales de libros gordos rojos, cuatro de libros verdes y metro y medio de volúmenes azules.

-¿Diccionarios, novelas, enciclopedias…? -se interesaba, como era su deber, el empleado.

-Da igual. No son para leer. Que tengan los lomos bonitos.

A decir verdad, los ingleses no siempre compran los libros con esos fines meramente estéticos, sino que demuestran una firme voluntad de leerlos. Pero, una cosa es la buena disposición y otra el rollazo indigerible que te puede meter el autor. El título que más han abandonado los lectores británicos últimamente es una autobiografía de Bill Clinton, y también dejan mucho sin haberla terminado tercera entrega de Harry Potter, el mago adolescente del que ya los niños de todo el mundo empiezan a estar hasta los flequillos.

En cualquier caso, no es una práctica intelectual elogiable emparedar con libros, destinados a criar polillas, los salones y despachos. Pero sí me parece encomiable dejar inconclusa una novela o un tomo de cualquier otro género, si se aburre mortalmente, por mucho prestigio que haya acumulado el autor y éxito que haya tenido el título en cuestión. Muchos niños, escolares, reniegan del hábito de la lectura porque los profesores se empeñan en obligar a sus discípulos a tragarse obras que no les interesan o que no están todavía a su alcance. Un docente de literatura consiguió que mi hija aborreciese totalmente al bueno de Rafael Arozarena, porque le impuso, como ejercicio, la lectura de "Mararía", cuando ella no había cumplido los once años. Tremendo.

Uno mismo tiene por los alrededores de la mesita de noche libros infumables, que no decoran, pero que están ahí por si algún día me animo a hacer otro esfuerzo, que lo dudo: "La conjura de los necios", sin ir más lejos. O "El péndulo de Foucault".

Los libros tienen que divertir, entretener, instruir de una manera agradable y amena. Si no logran nada de eso, lo mejor es regalárselos al enemigo o, si tienes un hueco en alguna sala de tu casa, hacer como los británicos. Encajarlo ahí y olvidarte de él para siempre.

josechela@mojopi.com

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