Sunday, March 04, 2007

Caballero Bonald, «La gran literatura está hecha por grandes desobedientes»

De Ideal Digital, Es.
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Sigo pensando que la utopía es una esperanza largamente aplazada, así que hay que luchar por ella», dice el poeta andaluz
El acento de José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) es una mezcla de deje gaditano con un regusto cubano tamizado por la suavidad del francés que le llegó por sus abuelos maternos. Algo de eso hay también en su literatura, barroca durante muchos años, sensual en el lenguaje, incluso aromática en la descripción de paisajes, y en su personalidad, en la que se entremezclan el rebelde que se opuso al franquismo y dio con sus huesos en la cárcel y el hedonista que ha disfrutado de cuanto la vida ha puesto a su alcance. Caballero Bonald habla en esta entrevista de su visión de la vida y la literatura.

-Nace en Jerez, hijo de padre cubano y madre de origen francés. ¿Se traslada esa mezcla a su literatura?

-En parte sí, sobre todo la parte de origen latinoamericano. Cuba estuvo muy presente en mi casa. En cambio, del origen francés de mi madre apenas se hablaba. Cuba y Latinoamérica en general me han influido mucho. Mis primeros maestros literarios fueron Carpentier, Onetti, Rulfo, Lezama Lima, Borges... Me he sentido más unido a esa tradición que a la castellana propiamente dicha. Además, yo creo mucho en el mestizaje, que me parece un factor de enriquecimiento cultural innegable. Los pueblos mestizos son los que han dado más frutos artísticos, literarios, culturales en general.

-Ese mestizaje está también en su formación. Estudia Náutica y Astronomía, se interesa por el dibujo y la pintura... ¿También eso ha influido?

-A la literatura se traslada todo lo que uno vive. El escritor es un almacén donde se acumulan experiencias, vivencias... A mí la afición por la pintura me ha influido mucho, porque me gusta describir paisajes, hablar del color, de la morfología de los lugares y hacerlo además de manera minuciosa. Eso me viene de mi afición por la pintura.

-Vivió un tiempo gris en su juventud y forma parte de una de las mejores generaciones literarias españolas. ¿Contra Franco se hizo mejor literatura?

-No creo que tenga nada que ver, porque el arte en general tiene un fondo de libertad que ninguna dictadura puede amordazar. En aquellos años sí se hizo novela y poesía de cierto interés, aunque el ambiente fuese mezquino y lleno de hostilidad.

-¿Mejores que las de hoy?

-No, porque el tiempo va perfeccionando ciertos matices de la creación artística. Lo que sí creo que se hacía es mejor pintura. Hablo del grupo El Paso, de Oteiza. La pintura de Millares y Saura sigue siendo incomparable. En literatura también hubo novelistas de relieve: Cela, Torrente, Cunqueiro, Pinilla, que empezó esos años... Novelistas de mucho interés.

-Alguien comentó de usted que era rojo y libertino. ¿Qué queda del rojo en esta época sin ideologías definidas?

-Apenas he cambiado ideológicamente. Me sigo sintiendo un desobediente. Creo que la gran literatura está hecha por grandes desobedientes. Y dentro de esa deso- bediencia yo soy un crítico del poder, sea del color que sea. El escritor no puede halagar al poder, tiene que criticar lo que piensa que está mal. Yo sigo haciéndolo.

-Y en este tiempo de sexo banal, borracheras cotidianas y adicciones a las drogas, ¿qué mantiene del libertino?

-A mi edad, poco. Yo he sido muy nocturno, como todos mis amigos, esa gente del grupo del 50. Nos gustaba mucho trasnochar y beber y eso también era una forma de transgresión, de ir en contra de lo establecido y soliviantar a los bienpensantes. Pero mi generación está diezmada, apenas hay dos o tres supervivientes y somos todos unos vejestorios que no tenemos energía para mucho.

Desnudar el barroquismo

-Hablemos de su estilo. En una ocasión dijo que la literatura que no tiende al barroquismo tiende al periodismo. Pero luego su lenguaje se ha despojado de ornamentos. ¿Ha sido fruto inconsciente de la madurez o ha reflexionado sobre ello?

-Es producto de una reflexión larga. Llegué a la conclusión de que mi barroquismo resultaba excesivo y sobre todo innecesario. Por eso fui eliminando adornos, adherencias, y conseguí una prosa más escueta y una poesía más directa, sin llegar nunca al coloquialismo. Me gusta que haya cierta claridad en lo que intento decir en poesía. El hermetismo que abunda en algún sector de mi obra poética era también fruto de mi propia experiencia confusa.

-¿Qué vale más en un poeta, qué comunica mejor, la pasión y el ímpetu juveniles o la técnica que sólo se adquiere en la madurez?

-El lector habitual de poesía se resiste a abordar textos que no entiende. Pero yo siempre he insistido en que entender la poesía no es necesario. Sólo hace falta que al leerla se abra una puerta, que nos asomemos a un mundo desconocido, que se descubra algo nuevo. Eso es suficiente, aunque no se entienda el fondo de la cuestión. Y eso es lo que defiendo en el fondo de mi poesía. A veces la claridad es el fondo de los ineptos.

-¿Sólo a veces?

-Casi siempre.

-Uno de sus libros de memorias se titula 'Tiempo de guerras perdidas'. ¿El ser humano termina por perder siempre todas las guerras?

-El libro tiene un título con sentido literal, que se refiere a las guerras que efectivamente perdimos, y otro metafórico que habla de mis guerras personales, de las luchas que uno mantiene a lo largo de su vida y que muchas de ellas las perdí en aquella etapa. Para mí, el pasado es una sucesión de guerras perdidas.

-¿La principal guerra que cualquiera afronta es contra el tiempo?

-Esa se mantiene cuando uno ya es un viejo a quien queda poco futuro y el pasado se ensancha cada vez más. Entonces eso genera una sensación un poco incómoda, es un motivo grave para estar jodido.

-¿Cómo se afronta esa guerra?

-Se afronta con resignación cristiana, entre comillas.

-¿Tiene sentido la rebeldía en esa guerra?

-Sí, la rebeldía es siempre fundamental. Si uno no es de alguna manera rebelde, se va quedando cada vez más apagado, se sienta en una silla y ve pasar la vida sin actuar. Aunque sea de edad avanzada, el escritor no puede perder esa energía que te hace escribir contra algo. La literatura en general y la poesía en particular tienen mucho de defensa contra las ofensas de la vida, como decía Pavese. Toda mi obra tiene este sentido, me estoy defendiendo de algo que detesto o con lo que no estoy de acuerdo.

-Usted pensaba en los sesenta que la literatura servía de algo en la lucha contra la dictadura. ¿Lo piensa aún?

-La literatura que se escribe para defenderse de una situación política opresora permite desentumecer conciencias timoratas, que alguien descubra formas de oponerse a lo que ocurre. Yo creo que servía para eso. Ahora bien, todo aquello de cambiar el mundo, la historia, eran utopías. Aunque sigo pensando que la utopía es una esperanza largamente aplazada, así que hay que seguir luchando por ella.

-¿Qué balance hace del grupo de escritores al que pertenece, ese que creía en las utopías?

-Muy positivo. Éramos gentes muy diferentes literariamente hablando, pero nos unían muchas cosas, como la procedencia universitaria, la lucha antifranquista y que teníamos hábitos comunes, sobre todo una tendencia evidente al consumo de bebidas alcohólicas... Eso nos unió mucho. En ese grupo hay personalidades muy eminentes: Valente, Barral, Claudio Rodríguez... Con ellos está justificado medio siglo de literatura.

-¿No cree que la recuperación de la memoria puede hacer que se valore más a poetas como Miguel Hernández, García Lorca y Machado por morir a consecuencia del levantamiento militar que por su obra?

-Sin duda, la expansión universal de la obra de Lorca se debe a su asesinato. En los casos de Machado y Hernández eso también ha influido. De todos modos, a mí no me agrada demasiado eso de memoria histórica porque me parece confuso. Creo que hay que distinguir entre la memoria de la guerra y la de la postguerra. ¿Memoria de la Guerra Civil? La guerra es la guerra y en todas siempre hay desmanes, atrocidades en uno y otro bando sin distinción. Luego está la postguerra y ahí es donde creo que hay que recuperar lo que ocurrió y condenar en un tribunal los crímenes del franquismo, porque entonces se hizo lo que no se ha hecho en ninguna otra postguerra: la persecución del perdedor. Esa persecución a muerte del vencido me parece una ignominia histórica que habría que juzgar de alguna manera.

-¿Combaten sus palabras hoy alguna dictadura, ya sea política, social o cultural?

-Me preocupa el gregarismo, lucho con eso. Contra los obedientes, los gregarios que van cada vez más orientados hacia el pensamiento único, sin distinción ni relieve. Quienes van a lo mismo a una manifestación por las víctimas del terrorismo encabezada por ese impresentable señor Alcaraz que luego a un congreso eucarístico. Esos gregarios son contra quienes hay que luchar. Y hay muchos.

-Ha anunciado que no escribirá más novelas y quizá tampoco poesía. ¿Piensa seguir una tradición de su familia y convertirse en un 'acostado' que ve la vida desde su cama?

-Yo soy un escritor intermitente de poesía. Novela no volveré a escribir, seguro. Cada vez me ronda más la idea de proseguir mis memorias desde la muerte de Franco, y contar cosas que me pasaron y revisar la transición, que es algo que se hizo de una forma muy débil, con un consenso vergonzante.

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