Sunday, September 09, 2007

Memorias San Nicolás (6)

Servicios Google/El País, Colombia
6. Lecturas a la abuela

. Me llaman Jotamario Arbeláez. Nací en Cali en 1940.
.
6.1. Rezamos o leemos, me pregunta mi abuela todas las noches después de persignarnos y santiguarnos. Ella va trayendo al escondido -y después los devuelve- algunos libros de la biblioteca de Luis, el esposo de la tía Tina, y me pide que se los lea pues ella, a pesar de lo viva que es, no tuvo tiempo ni paciencia para aprender a leer y escribir.

6.2. Sólo cuando estoy muy cansado de haber jugado fútbol en el pasaje me transo por las oraciones, entre las que no fallan el Padrenuestro, el Avemaría, la Salve, el Señor mío Jesucristo, y una que me gustaba mucho y no volví a oír y rezaba: “Bendita sea tu pureza / y eternamente lo sea / En tan graciosa belleza / hoy todo un Dios se recrea / A ti celestial princesa / Virgen sagrada María / yo te ofrezco en este día / alma vida y corazón / Míranos con compasión / No nos dejes madre mía / en la última agonía / morirnos sin confesión”, además de una letanía adosada con recomendaciones al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo de una sarta de personajes muertos y vivos que son los seres de la familia o del pueblo de quienes ella tiene fresco el recuerdo. Yo le pregunto quién es cada uno de ellos y ella me cuenta por ejemplo que Pacho Martín era su hombre, quien enamoraba a todas las mujeres que lo sentían pasar a caballo y a quien nunca veían, ni cuando se les metía a oscuras en sus habitaciones, que éste era un sobrino a quien peleando en una gallera en Manizales le pegaron una puñalada y él alcanzó a salvarse porque camino del hospital se iba bogando la sangre que recogía del abdomen en una taza, que ése era otro sobrino que está en la cárcel porque no se dejó comer de un cacorro, a quien con otros amigos le hundieron la cabeza con la tapa del tanque del inodoro, que aquel era el campanero de la iglesia de Rionegro que se fue para Roma a hacerse bendecir por el papa y a los veinte años regresó enmozado con una monja piamontesa a continuar tocando campanas, que Pagalito andaba con pies chonetos y por eso le dice Pagalito a todo el que ve que anda con los zapatos al revés, que la loca Emilia creía que vivía en todas las casas, y que Mercedes Ortiz gustaba de ser ostentosa en el vestir y exagerada en lo que decía. Nos acostamos a las ocho, ella en su cama grande y la mía contra la pared de la pieza, donde todas las noches sacramentalmente me orino.

6.3. Antes de la sesión reglamentaria de paseo por la gran comedia humana ella apaga la luz, se pone el camisón al oscuro y orina sentada en la bacinilla con un chorrito cantarino que pone al aire a hacer olas. Enciende, abre el escaparate y saca de él una media de aguardiente de la que bebe un trago largo, escupe en la bacinilla caliente, se cobija y me da la orden de arranque.

6.4. Un centavo por página leída fue mi tarifa. El primer libro que le leí por capítulos fue El hombre de la máscara de hierro, del que quedé enamorado. Después siguieron El Conde de Montecristo, Veinte años después, lo que nos hizo devolvernos a Los Tres Mosqueteros, y La hija maldita (“Leéme una miajita de Lucilamiller”, me pedía). De allí pasamos a La hija del cardenal (por error, pues me hizo suspender la lectura cuando comenzaron las bacanales de los clérigos), El jorobado de Notre Dame, y empezamos Los Miserables, pero tiré la toalla porque me mamó Víctor Hugo. Nos pasamos al atormentado de Maupassant. Y allí empezaron mis migas con la literatura francesa.

6.5. Le metimos muela a los ingleses empezando con Ilusiones perdidas. Después ensayamos los alemanes con Mario y el Hipnotizador de Thomas Mann y el Juego de Abalorios de Hermann Hesse, pero este último se nos hizo ininteligible. A los españoles nos los saltamos y de los colombianos nos leeríamos después El Cristo de espaldas de Caballero Calderón y Viento seco de Daniel Caicedo. Empezamos El alférez real, pero el tío Emilio se encaprichó con él y se lo llevó para su casa donde terminó refundiéndose. Hasta allí leí colombianos . Por lo general trato de no hacerlo para no correr el riesgo de dejar de admirarlos. Sé que estoy bien correspondido, y que por eso me quieren.

6.6. “Un día te voy a contar mi historia para que la escribás y se entere la gente que todo eso que pasa en las novelas es pálido reflejo de lo que a mí me ha pasado”. Por estos resabios de la abuela entro en la literatura y, por qué no, en la abrupta pornografía. Con el correr del tiempo andaría por las librerías de viejo buscando La hija del cardenal para leer a escondidas, y de paso me encontraría con Crimen y castigo, Así hablaba Zarathustra, El proceso, El satiricón y Justine de Sade. Y allí comenzaría el acabose de este prospecto de persona útil a la sociedad de su tiempo.






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