Tuesday, September 11, 2007

Cine y cárceles. Unos apuntes para el debate

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Uno de los muchos problemas sociales agravados por el neoliberalismo es el de las cárceles. También en este asunto tan emblemático el cine tiene la virtud de ofrecer títulos de gran valor testimonial, con capacidades de provocar y permitir un debate francamente necesario.

Pepe Gutiérrez-Álvarez (Para Kaos en la Red)
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Hay que estar (moralmente) ciegos para no ver uno de los fenómenos crecientes de la actual coyuntura histórica: la del aumento de la población encarcelada, la respuesta neoliberal a la “fractura social” creada por la doble dinámica “neoliberal”: la que impone el criterio de “tanto tienes tanto vales”, y la que sitúa la cuestión de la “seguridad ciudadana” en el centro del debate. Solamente en los emblemáticos Estados Unidos nos encontramos (a finales del año 2006) con 2 millones de reclusos, a los que hay que añadir 5.400. 000 bajo tutela penal, cifras que representan el 5% de la población masculina mayor de 18 años, y 20% en el caso de la población negra, y la tendencia evoluciona hacia lo peor. Y lo que es peor todavía, gracias al virus neoliberal tiende a ser cada vez más imitada en los demás países.

Uno de los símbolos de esta masiva presencia negra carcelaria es Mumia-Abu-Jamal es de 48 años que permanece condenado a muerte, y bordeando una siempre inminente ejecución, desde 1981. sin embargo, su caso no es uno más, Mumia es escritor y periodista amén de un militante que ha sido adoptado por un extenso movimiento solidario internacional, del que forma parte destacada el anarquismo (1). Esto ha hecho que su caso sea más conocido que los casi cuatro mil presos que, como él, están esperando la muerte legal en las cárceles de Estados Unidos. Desde que se reinstauró la pena capital en 1977, los norteamericanos han “despachado” a más de cuatro centenares de personas, en su inmensa mayoría afronorteamericanos o de otras minoría, una tarea en la que la dinastía Bush se ha mostrado especialmente venal y cruel...

Sobre esto el mejor cine cívico de Hollywood clásico ya había ofrecido grandes testimonios desde Quiero vivir (1958), de Robert Wise, elogiada por Albert Camus, hasta Pena de muerte (2002), de Tim Robbins. Pero resulta que además el horror aumenta al comprobar que los tribunales y no digamos la policía) se equivocan con demasiada frecuencia, y las pruebas de ADN han demostrado que son multitud las veces que han pagado justo por pecadores. A Mumia lo encontraron culpable del asesinato de un policía, pero su juicio fue tan asombrosamente irregular que parece una película de humor “negro”. Desde los 16 a los 19 años, Abu-Jamal perteneció a los Panteras Negras, un grupo célebre de liberación negro que fue destruido por un “complot” entre el Estado y el FBI (2). Después, como periodista, Abu fue muy mordaz contra la policía de Filadelfia, cuyo historial delictivo se adivina escalofriante. Todo indica que Mumia fue condenado (como tantos otros) por su compromiso político, porque respecto al crimen las evidencias son muy confusas. Sabo, el magistrado que le sentenció, es conocido como el juez de la horca: ha mandado a más de treinta presos al corredor de la muerte, todos ellos negros menos dos, y eso que la población de color en Pensilvania, el Estado del juez, es sólo el 9% del total. En su larga lucha, escritores como Salman Rushdie y Paul Auster, políticos como Nelson Mandela e incluso el presidente francés, el muy corrupto Jacques Chirac, han pedido que se le haga un nuevo juicio, algo que, entre otras cosas, revelaría su inocencia y demostraría la vesania del tribunal. Obviamente, la lucha continúa.

Como es sabido, el carcelario es uno de los “grandes temas” en los que, dentro de las grandes corrientes del pensamiento socialista, el anarquismo ha mostrado un sensibilidad especial desde Bakunin considera que nadie puede ser libre mientras existen presos...El microcosmo carcelario comporta numerosas cuestiones sobre el individuo, la propiedad y el Estado, es un lugar determinante en la maquinaria de este. Obviamente, se trata de una discusión enormemente compleja, pero fundamental, un debate que se tiende a descartar pero de enormes implicaciones, desde las más simple (la que nos lleva al concepto de delincuencia), hasta la más “política”, no en vano estamos hablando de una situación inherente a todas las disidencias políticas, una historia que resulta especialmente trágica en los tiempos de la España franquista que solamente ahora se empieza conocer en todo su alcance. Éste es pues un ámbito en el anarquismo ha producido numerosas reflexiones críticas, y ha mostrado una insistente atención.

Sin embargo, en el cine carcelario no encontramos ningún título que se atenga o que se aproxime abiertamente a sus anunciados, si existen se trata una vez más de unas concepciones compartidas aunque sea parcialmente. Dicha proximidad resulta facilitada desde el momento en que se puede afirmar que desde el cine se han hecho numerosas críticas radicales del sistema penitenciario, y hasta se puede hablar de un importante subgénero que es una variante destacada del policiaco o cine negro. Cuenta con un buen número de películas con un material crítico más que suficiente para ilustrar cualquier clase de debate sobre una cuestión con la que, en no poca medida, podemos enlazar con el sistema psiquiátrico e incluso con determinadas descripciones de las sociedades “abiertas” que, paradójicamente, se distingue porque, como indicamos al principio, va ampliando su población de reclusos, en nuestro caso de emigrantes, o sea de extranjeros “extracomunitarios”.

Si nos atenemos al cine norteamericano, se pueden registrar algunos título que insisten claramente en ciertos elementos subversivos –de entrada de la dinámica que fabrica al delincuente pasando por la negación rotunda del sistema carcelario, con la denuncia de la corrupción de las autoridades y la defensa a ultranza de los individuos que no han olvidado su dignidad-, y podíamos comenzar por Código criminal (1931), de Howard Hawks, y sobre la que Javier Coma precisa: “Con saludable cinismo el film se estructura según la equiparación de las reglas que presiden las administración de justicia y las normas a que se ciñen los presos, como si se tratara de dos universos sociales paralelos. Uno y otro código se resumen en la ley del talión y, más concretamente, en la máxima ojo por ojo y en la elevación a necesidad de que alguien debe pagar por el asesinato de otro hombre; en este último aspecto la acción convierte en simétricas las situaciones derivadas de la muerte accidental de un reptado ciudadano en una pelea y del fallecimiento de un recluso que intentaba fugarse y es alcanzado por los disparos” (Diccionario del cine negro).

Desde el inicio está claro que la ley no está a la altura de las circunstancias, y como una persona normal se puede ver envuelta en un crimen y en una culpabilidad impuesta, y como a partir de aquí la cárcel puede acabar hundiéndole más todavía. Aunque se nota cierta teatralidad en los actores, se trata de un clásico que todavía sigue conmoviendo y permitiendo una amplia reflexión. Los que la han visto no olvidaran nunca al personaje encarnado por Boris Karloff cercando a un chivato, y actuando como verdugo de la propia ley de los presos.

Pero el gran clásico popular de este subgénero es sin duda Soy un fugitivo (1932), la obra maestra de Mervyn LeRoy que está basada en la novela autobiográfica de Robert E. Burn –que intervino como asesor del film mientras era buscado por la policía-, con una interpretación impresionante de Paul Muni. Fue la primera denuncia abierta del sistema judicial y penal norteamericano, con una descripción impresionante de los trabajos forzados, y una visión de la lucha de clases dentro y fuera de las prisiones. Cuenta como James Allen (Muni), tras regresar de la “Gran Guerra”, abandona un trabajo casi esclavo para convertirse en un vagabundo mientras recorre los Estados Unidos en busca de un trabajo mejor...Para sobrevivir, toma parte en un atraco. Cae en manos de la policía y es condenado a diez años de trabajos forzados, de los que tratará de escapar y después de muchos esfuerzos llega a ser un buen ingeniero. Entonces sufrirá chantaje, hasta que es detenido y condenado de nuevo. Vuelve a fugarse, pero ya no confía en nadie ni en nada. Anotemos que el mismo LeRoy realizará décadas más tarde una película que se podría considerar muy bien el “reverso” reaccionario de ésta, El FBI contra el imperio del crimen (1959), una repugnante y falsaria apología de los métodos impuestos por el siniestro Edgar J. Hoover (cuyos delitos fueron interminables), una buena muestra sobre como cierto aspectos del fascismo puede incrustarse en sociedad consideradas como diría Rajoy, “plenamente democráticas”

Otro intenso alegato anticarcelario sería Brute force (1947), una de las obras más logradas en la fase norteamericana del “black liste” Jules Dassin, y parte de un guión de Richard Brooks. La lucha por la libertad, acaba convirtiéndose en una tarea vital, un objetivo por el cual los presos acaban formando un extenso y firme colectivo. Hay un intento de fuga al frente del cual se impone un enérgico e indignado Burt Lancaster, uno de los actores más inconformista de Hollywood, proveniente de la clase obrera, se crió en los sótanos de una sede local de los IWW y permaneció estrechamente ligado a los movimientos por los derechos civiles auspiciando una filmografía en la que los títulos reaccionarios son una excepción, recordemos sin más El hombre de Alcatraz (19629, una de los grandes logros de John Frankenheimer, otro auténtico clásico del subgénero. La lucha de los presos contra unas autoridades carcelarias brutales y corrompidas, en una trama que recuerda bastante la lucha contra el fascismo, representado por una “fuerza bruta” que se impone a pesar de la buena voluntad del alcalde, de unos guardianes brutales dirigidos por el capitán Munsey (Hume Cronyn), sobre el que dirá el médico que es “el peor de los hombres que están encerrados aquí”. El mundo exterior es meramente complementario. Llega un momento en el que los presos olvidan sus diferencias, y organizan un motín cuyo carácter liberador está fuera de toda duda. En realidad se está hablando de una prolongación de la lucha contra el fascismo del que el sistema carcelario resulta una versión reducida (3).

En una línea próxima se encuentran aportaciones tan celebradas como La leyenda del indomable (1967), que fue financiada por la compañía productora de Jack Lemmon, y dirigida por el casi debutante Stuart Rosenberg. La película cuanta como su protagonista, Luke, acaba cometiendo una serie de infracciones que le llevan a ser condenado a dos años de trabajos forzados. El presidio tiene todas las características de un campo de concentración. Inmediatamente Luke, por su actitud vital, entre cínica y desafiante, reconvierte en un referente de insumisión para sus compañeros que lo apodan Man Luke (Mano Fría), y por supuesto, también para los carceleros que no desaprovechan la menor ocasión para humillarle y castigarle, en particular el que interpreta George Kennedy (que ganó un Oscar). Al margen de cierto tono religioso, la película es un canto a la insumisión y una denuncia de los sistemas aniquiladotes. Rosenberg mostraría sus preferencias por la temática con la menos interesante y más reformista Brubaker (1980), que nos explica un caso real: el de un director de prisiones (Robert Redford muy en su papel), que antes de asumir su cargo, decide saber por cuenta propia como es la prisión, e ingresa en ella como un convicto. En una misma línea, tan deudora de los clásicos en blanco y negro, cabría registrar una de las mejores películas del interesante Tom Gries, La casa de cristal (1972), basada en una obra de Truman Capote que fue Concha de Oro del XX Festival de San Sebastián. Con un estilo conciso, Gries ofrece un detallado retrato de cómo alguien puede acabar en prisión, y como se desarrolla la vida en esta, como mantener la vida y la dignidad en un mundo hostil en el que los carceleros por un lado, y los delincuentes más corrompidos, imponen su ley. La metáfora social queda por lo demás bastante patente (4).

Un capítulo aparte merece los motines de la prisión de Attica de 1971 que arrojaron el desgraciado balance de 39 presos y 10 guardias muertos, convirtiéndose en uno de los más sangrientos capítulos de la historia de los Estados Unidos. Entre las diversas películas sobre este acontecimiento destacan dos. La primera es Contra el muro (1993), realizada también por John Frankenheimer, con guión de Ron Hutchinson, y comienza con unas imágenes documentales en las que se ofrece un vasto panorama de los sesenta-setenta, con subrayados sobre Kennedy, Luther King, el movimiento hippie, la guerra del Vietnam y las manifestaciones contra ésta... Parte de narra la horrible experiencia vivida por uno de los guardias recién llegado a dicha cárcel, Michel Smith (Kyle MacLachlan), que acabó convirtiéndose en uno de los secuestrados por los presos amotinados.

Su llegada coincide con la de un grupo de reclusos, entre los que destaca un negro, Jamal X (Samuel L. Jackson), y partir de estas dos caras de la prisión, y lo hace de una manera ajustada, muy completa, sin olvidar en ningún momento de quien está la razón. Lo mismo se puede decir de Attica. La cárcel de la muerte, obra de la interesante cineasta antillana Euzhan Palcy (afincada en los Estados Unidos donde está realizando una serie de películas muy combativas a favor del pueblo de color), y escrita por Benita Garvin. Se puede hablar de un título complementario. Se centra en la historia de Shango (Morris Chestnut, un preso afroamericano al que las autoridades han utilizado como cabeza de turco para encubrir una conspiración que incluso involucra a Nelson Rockefeller, gobernador del estado de Nueva York. Con la ayuda del honesto e imparcial abogado blanco Ernie Goodman (Alan Alda que borda su papel), Shango se dispone a defenderse a toda costa... y a descubrir la angustiosa verdad que se esconde tras la tragedia, una verdad que dice mucho sobre la naturaleza del poder “democrático” en los Estados unidos.

Aunque quizás en menor cuantía, el cine europeo también cuenta con sus obras maestras y sus títulos interesantes, ahí están sin más Un condenado a muerte se ha escapado (1958), de Robert Bresson, y La evasión (1960), del injustamente olvidado Jean Becker (5), y una verdadera obra maestra. La primera se sitúa en Lyón, 1943, en la Francia ocupada durante la II Guerra Mundial, el teniente Fontaine (François Leterrier) es detenido por el ejército alemán. Tras un intento frustrado de fuga del convoy que le conduce a prisión es encarcelado y, muy pronto, condenado a muerte. Sin desfallecer, Fontaine dedicará su tiempo de reclusión a preparar minuciosamente su fuga. Para ello contará con sus manos y las herramientas que su exigua celda y el azar le proporcionen. Aunque se trata de un historia de la guerra, su concepción es mucho más general...Mucho más interesante para los propósitos de este trabajo es la segunda. Narra concienzudamente la historia de cinco presos franceses que comparten una única celda y que estando condenados a sentencias de reclusión superiores a los diez años por persona, deciden fugarse de la cárcel poniendo en marcha un plan sencillo que requerirá de todo su esfuerzo y su ingenio para salir adelante. Pero no es ni en la preparación ni en el curso de sus titánicos esfuerzos (que son debidamente subrayados para dejar claro lo que está en juego) donde se centra la película, lo que le importa a Becker es ante todo la fuga y todos los detalles y contradicciones relacionados con la misma, de tal manera que el espectador se mete en la trama. Como acabo de señalar, esta es una película de detalles, está plagada de ellos, en forma de objetos, de descripciones visuales, etc. Becker confiere una importancia a una suma minuciosa de detalles que le dan una espesa densidad a una huida que es también una lección ética. El estilo de rodaje deja muy claro que Jacques Becker es un director capaz de saltarse las reglas preconcebidas para rodar la película a su manera.

En este listado añadiría la italiana Detenido en espera de juicio (1971), del a veces interesante Nanni Loy (la mejor de las suyas fue Cuatro jornadas de Nápoles, que reconstruye la insurrección popular napolitana contra el fascismo), y que contó con un inconmensurable Alberto Sordi, muy centrada en los recovecos kafkaianos de la justicia italiana, cuenta con una historia al parecer verídica de una ciudadano italiano que permaneció en diversas cárceles durante bastante tiempo por un mero error judicial ...

Señalaría que dicha lista sería incompleta sin anotar algunas variantes femeninas como Sin remisión (1950), de John Cromwell con guión de Virginia Kellog y Bernard Schoenfeld que será nominado al Oscar, en un momento en el su nombre figuraba por sus ideas avanzadas en una peligrosísima “lista negra” dentro de la temible “caza de brujas”. Sin remisión aunaba su maestría como director de actrices (la película consagró a Eleanor Parker) con una vena de cine realista a la hora de describir la sordidez de la cotidianeidad carcelaria gracias a un testimonio de primera mano que incide sobre todo en las tentativas de deshumanización practicada por las autoridades. Son las propias presas las que aplicaran finalmente la justicia contra unas guardianas que les niegan su categoría de personas. El tema de las prisiones femeninas ya había abordado parcialmente por Cromwell en una lejana adaptación de Sinclair Lewis, Ana Vickers (1933). Caged fue un considerable éxito, y demostró que Cromwell se encontraba en su mejor momento, su retrato es extremadamente riguroso, una crónica llena de convicción, de ahí que al año después realizara Prisionera de su pasado (o Libertad bajo fianza). Hay que decir que esta veta de cine carcelario de mujeres fue significativamente explotada en numerosos subproductos en los que el “gancho” radicaba en las relaciones homosexuales entre las presas con la complicidad de las guardianas cuyo sadismo represor escondía pasiones inconfesables.

Entre las producciones europeas destacaría en la olvidada Infierno en la ciudad (1958), con dos señoras de la talla de Anna Magnani y Giulietta Masina que sostienen este abigarrado retrato del universo femenino en una cárcel de mujeres italiana situada en el centro de Roma a unos centenares de metros del Vaticano, donde la rivalidad, el abuso de poder y la intimación es el pan de cada día. Esta somera lista podría cerrarse con un par de referencias hispanas temáticamente apasionantes. La primera es Carne apaleada (1978), torpe adaptación de Javier Aguirre de la interesante obra autobiográfica de Inés Palou (Lérida 1923-Barcelona 1975), que publicó en su día Planeta, y a la que interpreta con mucha convicción Esperanza Roy. No se trata de una película despreciable como tantas otras del “autor”, es una de las primeras que aborda la situación de las cárceles de mujeres bajo el tardofranquismo (una parte de las presas son “políticas”), y aborda la cuestión de la homosexualidad femenina con un poco de rigor.

La segunda, Entre rojas (1994), representó un notable debut para Azucena Rodríguez, que fue también autora también del guión y que se aproxima con sensibilidad al universo carcelario femenino por la misma época en la Yeserias, Madrid, allá por 1974, visto en éste caso desde el punto de mira de una presa apolítica (Penélope Cruz) que ha caído en el “talego” por guardarle al novio una maleta llena de propaganda clandestina, y allí se encuentra con grupos de mujeres muy diferentes, pero en especial con las más militante. Azucena crítica a veces la estrechez y sectarismo de las más “partidarias”, al tiempo que ofrece una sentida evocación de la apasionada resistencia del colectivo militante. La cárcel será aquí el escenario de una toma de conciencia: la muchacha “pija” con unos padres cretinos, hasta el punto de sacrificarse para que otras se pueden escapar.

Tenemos otra película española, Horas de luz (2004) que aborda la historia de Juan José Garfías (editada en Txalaparta), que había suscitado bastante interés en los medios libertarios, y que plantea la cuestión, ¿puede el amor liberar a un asesino?, un interrogante que queda restringido al caso personal por más que está producida en un país cuyo gobierno participaba en una declaración de guerra contra Irak y que permitía el goteo diario de jóvenes africanos muertos al querer atravesar los muros del “primer mundo”. Fue la tercera película de Manolo Matji, y su interés temático está fuera de duda. Sin embargo ha recibido serias crítica porque al final todo parece resulta demasiado fácil, porque parece delimitar demasiado gruesamente la diferencia entre los guardianes embrutecidos y los parecen más bienintencionados...Si deja bien claro que Juan José (Alberto Sanjuan) es una persona cuando entra, y otra muy diferente desde que conoce a Marimar (muy notable composición de Emma Suárez), algo que ya se había abordado en otras películas, recuerdo muy especialmente El chacal de Nahueltoro (1971), la mejor película del irregular Miguel Littin, entonces íntegramente comprometido con la Unidad Popular chilena, y cuya temática, aunque con un punto de partida mucho más terrible, es bastante similar a la de Juan José.

Matji no nos explica el como y el porqué Garfías acabó convertido en un criminal (mata por casualidad, llevado por una actitud que tiene mucho de suicida), y se limita a dibujar con cierta precisión lo que se perfile detrás humanamente de las víctimas...La reconstrucción dramática se ve afectada por esta omisión y la narración por lo tanto, se centra en como Garfías comienza a pensar como una persona que quiere crecer y asumir sus propias responsabilidades. Lo mejor es la descripción de su voluntad por mantener su integridad en una situación verdaderamente límite, en este punto la película se crece, denota que Matji ha trazado una buena escritura, plena de referentes fílmicos valiosos. Con todo, se trata de una película apasionante que denuncia los métodos de aniquilación individual, y que deja la evidencia que como personas inmersas en los más oscuros abismos, pueden rehacer su vida, si cuentan como Garfías con un soporte básica de integridad personal, y encuentra fuera de la cárcel los apoyos necesarios. Apoyos que se han ampliado gracias a la propia película. Quizás el guión se limita demasiado al caso carcelario, y deja fuera una realidad para laque el propio personaje no encuentra explicación. Supongo por más que se puedan objetar sus evidente limitaciones fílmicas, películas como estas pueden contribuir a un debate sobre el curso que está tomando el universo carcelario en un mundo en que el reducto de privilegiados es cada ve más restringido y sus medios de ascenso social más turbios, y que al mismo tiempo recurre al discurso de la seguridad ciudadana, jugando con los miedos y las mediocridades humanas.

En resumen: este es un listado que creemos suficiente para empezar a provocar forums dentro o fuera de las prisiones.

Notas

---1) En un documental sobre Mumia emitido en el Canal 33 se detalla como la policía exige corporativamente su condena porque ha matado a “uno de los suyos” (con un tono que recuerda al de los ”polis” de Salvador), y como cabe pensar en la hipótesis de una actuación similar a la del inspector encarnado por Orson Welles en Sed de mal, (re)creando las pruebas en complicidad con el sistema judicial. Con todo, Mumia no puede apostarlo todo a una revolución, y reconoce que está obligado a creer en la capacidad de rectificación parcial del propio sistema (finalidad por la que se ha desplegado un gran campaña de movilizaciones solidarias que, obviamente, asumen otros casos), porque de no hacerlo perdería toda esperanza. Una película que en alguna medida recuerda el caso de Mumia es Ejecución inminente (1999), de Clint Eastwood, absolutamente recomendable. Por cierto, los libros de Mumia se pueden encontrar en la editorial Txalaparta.

---2) El autor de estas líneas recuerda un impresionante documental emitido hace años en el programa La noche temática, sobre el que no he encontrado pistas. TV3 emitió hace años Black Panthers (1996), una película que combina la ficción y el documento aunque está basada en la novela de Melvin Van Peebles y fue realizada por Mario Van Puebles, más conocido como actor. En realidad, la documentación es la misma que la del citado documental, se reconoce públicamente el Plan Emergente lanzado en 1968 por el gobierno contra los movimientos civiles negros. En este macabro plan el FBI, estimulaba la introducción de la heroína en los ghettos aludiendo a su capacidad pacificadora. Las autoridades debían tener absolutamente bajo control la extensión intensiva de este, literalmente, opio del pueblo, y no dejar que ella trascendiese a otras esferas sociales. En pocos meses los movimientos reivindicativos se fueron extinguiendo y en la actualidad no existen apenas. En cambio hay tres millones de toxicómanos reconocidos. La película abarca igualmente los comienzos de un movimiento considerado como el unos héroes liberadores por los afroamericanos y como unos criminales por la policía y el sistema.

---3) En la filmografía de Gries destaca, aparte de un singular “western social”, Will Penny (aquí titulado pomposamente como El más valiente entre mil), un potente drama social Los emigrantes (1973), una más que notable adaptación de un drama obrerista singularmente radical de Tennesse Willians, que narra la sobreexplotación sufrida por una familia de trabajadores ambulantes que siempre se encuentran a merced de los señores y de sus esbirros, y que van asistiendo a una injusticia detrás de otra con la esperanza de una vida mejor que nunca llega hasta que el hijo desafía a los patrones y la policía para buscarse la vida como trabajador industrial. Situada en los años sesenta, está interpretada por Cloris Leachman (realmente conmovedora), Ron Howard antes de llegar a ser un director al servicio de los estudios, y Sissy Spacek. Candidata a seis premios Emma, fue emitida hace años por TV2.

---4) Otra obra maestra de Jacques Becker es París, bajo fondos (Casque d´or, 1952), que contiene una descripción del ambiente del barrio proletario de Belleville, por cierto uno de los centros de la “Comunne” de París y el último que se rindió, allá por 1900, y en el que se confunden “barriobajeros” de diferentes características, y entre los más dignos y conscientes no es difícil entrever actitudes propias del anarquismo de entonces.



1 comment:

Anonymous said...

Muchas gracias. Ya tengo el emule calentando alguna de las películas de su post.