Wednesday, November 21, 2007

ELENA PONIATOWSKA

Servicios Google/La Gaceta, Los Angeles, EU
La princesa que ha querido ser una simple “pinche” periodista

Por Cristina P. Fraga
Después de una hora larga de atasco infernal, enredada en la grandiosa y caótica Ciudad de México, de repente aparece, como un remanso de paz, una fila de casitas antiguas adosadas. En una de ellas vive la escritora Elena Poniatowska.
Un jardincito nos introduce a través de una fila de ladrillos rojos a una sala recogidita pero umbría, en donde todo, hasta los muebles, son blancos. Sólo el blanco es molestado por las altas estanterías empapeladas de libros, algún espejo que los multiplica y algunas fotos familiares.
La llaman insistentemente de distintos medios para pedirle opinión sobre la escritora Doris Lessing, a la que le acaban de dar el Premio Nobel de Literatura. Su voz se oye en el piso de arriba y se demora en bajar. Aparece una mujer menuda, tan blanca como la decoración y de piel y ojos transparentes, que lo primero que hace es fijarse en mis zapatos “Yo tengo unos zapatos parecidos a los de usted, muy cómodos. Son muy buenos. ¿Quieren un café? Marta, ponles lo que quieran tomar”.

— Quiero hacerle una entrevista al personaje. Por qué usted es un personaje.
— Estupendo.

— He de decirle que yo no sé si es adecuado que la persona que entrevista tenga una admiración especial por el personaje. Usted, que ha entrevistado a tantas personalidades y que sus entrevistas se estudian como modelo a seguir.

— ¿Cree que esto es bueno o es malo? —dice Elena y suelta una sonrisa-carcajada sorda—. No lo sé. Yo siempre he entrevistado a la gente que he querido.

— ¿Pero usted admiraba a todos sus entrevistados?

— Pues sí, pero algunas veces el personaje te decepciona. Pero como yo no me considero un personaje sino una “pinche” periodista, una periodista de toda la vida, ni me preocupo ni tiene usted que preocuparse.

LEYENDA Y REALIDAD DE LA PRINCESA

— Vamos a adentrarnos un poco en la leyenda-realidad de sus orígenes —le digo—. Su familia salió de Polonia en tiempos de Catalina la Grande, porque Stanislao Augusto Poniatowski fue el último rey de Polonia. Hija del príncipe heredero Jean Joseph Evremond Sperry Poniatowski y de María de los Dolores Amor Escandón, ciudadana mexicana de ascendencia francesa.
Usted, por tanto, sería la princesa heredera del trono de Polonia, Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor. Salieron todos de Polonia y se exilaron en Francia. Incluso creo que intentaron casarla con un príncipe heredero de una corona europea. Todo este entramado tan excepcional indiscutiblemente ha tenido que influir en la conformación de su personalidad. ¿Como se lleva todo eso, después de los años y en un país tan republicano como México?
— Lo que más influyó fue la educación de niña que fue muy severa desde el punto de vista emocional. Yo no recuerdo a mi madre antes de los 9 años. Sólo la veía en ráfagas. Entre mi madre y yo siempre hubo intermediarios (nunca habla de su padre). En la guerra fuimos, mi hermana y yo, a vivir con mis abuelos al sur de Francia.
“Yo tengo recuerdos e imágenes de mi madre muy difusos, sin presencia, con una gran distancia. Siempre viajábamos e íbamos de vacaciones con las nanas e institutrices y separados del resto de la familia Yo creo que esta situación provocó un enamoramiento tremendo de una niña hacia su madre. Todavía, ahora a los 76 años tengo una fijación bárbara con mi madre. Le hablo, pienso en ella todos los días, creo que por el periodismo la tuve muy abandonada.
“En fin, mi madre es para mí un gran personaje que crece dentro de mí, año tras año. Murió en 2001 y como me dieron el premio Alfaguara de novela me pilló de aquí para allá y no pude hacerle el duelo. Fue un momento muy terrible en mi vida”.
— Por tanto, ¿su educación iba dirigida a ser princesa heredera?
— Mi educación iba dirigida al matrimonio y a ser madre de familia.
— Pero usted se me va por la tangente y aunque no he venido a hablar de princesas, ¿usted fue educada para ello?
— Francia era una República aunque existía un culto a los personajes principescos. Mi familia se movía en esos círculos, si: el mundo de la ilusión, del glamour, de las revistas de sociedad.

LA REINA SOFÍA ME CAE BIEN

— Y, aprovechando el contexto, ¿usted que es una mujer tan progresista, qué piensa de una institución tan conservadora como la monarquía?
— Ya no hay monarquías en casi ningún país, excepto en alguno europeo y africano. En tiempos hubo reyes muy buenos y muy notables, pero en este momento yo no tengo nada que ver con la monarquía.
— ¿Y la monarquía española?
— La Reina Sofía me cae bien (se queda pensativa un momento y suelta frases a borbotones). Son un adorno, pero si son muy costosos no me parece bien. Pero creo que en su país tengo entendido que gustan a la gente, que se mantienen porque les hace ilusión, porque llenan las páginas de las revistas del corazón. Su valor se lo dan en estos momentos las revistas, pero yo no sé qué papel cumplen ahora mismo.
“Sé que ahora tienen ustedes un problema bárbaro por el que han procesado a unos colegas suyos por unos dibujos de humor, esto pues no me parece bien…”
— ¿Empieza usted a trabajar como periodista en el periódico Excélsior en 1953?—pregunto a Elena en su casa de la Ciudad de México.
— Fue mi primera experiencia y me destinaron a una sección de mujeres y para las mujeres: la crónica social de fiestas, bodas, bailes... Había una exhibición de las ricas casaderas como en escaparate. Fui multitud de veces a una iglesia bellísima que se llama la Profesa, donde se hacían las bodas más elegantes, cubría exposiciones. Yo, para cambiar un poco lo que se hacía, al final de mis crónicas introducía una listita en la que calificaba a la más antipática, la más recatada, la más bonita, la del precioso vestido de siempre, la del sombrero más estrafalario, la de más mal humor… Eso me creó algunas enemistades.
— ¿Firmaba como Helene?
— Si con mi nombre de nacimiento en francés. Era más chic, más glamoroso. Del Excélsior me pasé al Novedades y allí me quedé hasta el año 1985, toda una vida. Me fui a La Jornada por una simple razón: hacía las crónicas del terrible terremoto y en el Excélsior me rechazaron una de ellas. Yo veía muchas injusticias, pero había que seguir las directrices del entonces presidente de México, Miguel de la Madrid, de volver a la normalidad.
“Como la Jornada estaba en la contraesquina me crucé para que me la publicaran en la competencia. Estaban reclutando gente para trabajar y fue el momento del cambio. Esa fue la razón”.
— Usted ha manifestado que se siente ante todo periodista. Ha dicho: “Tengo el sello, la marca de fuego del periodista como un tatuaje que supongo que nunca va a desaparecer. Y me enorgullece mucho serlo porque el periodismo me ha dado todo lo que soy, todo lo que he aprendido y toda la gente a la que he conocido”.
— Es totalmente cierto. Tuve una educación de convento de monjas en Estados Unidos. Sabía idiomas, rezar, poner la mesa, convivir con distintas personas, con distintos intereses… Esa realidad no te sirve para enfrentarse a la vida. El periodismo me acercó a la brutal realidad cotidiana de este controvertido país. Me hizo persona y yo se lo agradezco. Aunque hay una frase del poeta Eliot que dice que el ser humano no aguanta mucha realidad y a veces ésta te lleva al suicidio.

PERIODISTAS, MÁS HONESTAS, MENOS CORRUPTAS

— ¿Cómo definiría su periodismo: transformador, militante….?
— Corresponde al que han hecho las mujeres en los últimos años en México. Ha habido muchísimas compañeras en las que me he sustentado para hacer mi trabajo. Estupendas corresponsales de guerra, directoras de periódicos, como La Jornada y El Día, grandes entrevistadoras.
— ¿Hay un periodismo de mujeres, con identidad común?
— Yo creo que sí. Hay muchas mujeres en toda la profesión y creo que todas tenemos un gran coraje. Tienen el ejemplo de Lydia Cacho, que se ha enfrentado a los pederastas, o las que han investigado sobre el feminicidio en Ciudad Juárez. En el norte, las compañeras que han cubierto la droga, muchas han sido perseguidas y asesinadas y han corrido mayores riesgos que los hombres. Ahora las mujeres se han ganado el respeto y han demostrado que son más honestas y menos corruptas que los hombres.
“En general no aceptamos el chayote (sobre con dinero que se da a los periodistas como soborno); no hemos caído en eso, ni nos interesa, ni vamos a caer. En definitiva, somos menos corruptas. Pero cuando yo comencé era tremendamente difícil”.
— ¿Y hay una literatura de mujeres?
— Las mujeres somos las que más leemos y las que más promovemos las artes y las letras. En Monterrey la mayoría de las galeristas y directoras de editoriales son mujeres.
— Y de escritoras españolas ¿Cuáles le interesan?
— Me gusta mucho Ana María Matute, Carmen Martín Gaite (a la que deberían haber dado el Premio Cervantes) y sobre todo me conmueve mucho Mercé Rodoreda, la que escribió La Plaza del Diamante.

LITERATURA, GRAN AVENTURA SOLITARIA

— ¿Cómo resuelve la dualidad de periodista y escritora?
— Muchos de mis libros de ficción están basados en mi labor periodística.
— ¿Aplica el mismo registro para la ficción que para el periodismo?
— Hago lo que puedo y lo que mejor me sale. La literatura es una gran aventura solitaria frente a la mesa de trabajo y nunca se sabe qué es lo que va a salir. El periodismo es otra cosa, tienes que contar con los demás, con sus palabras y sus acciones.
— ¿En su obra de ficción está constantemente haciendo ejercicios de estilo?
— Intento que la forma esté acorde con las sensaciones que pretendo provocar.
— ¿La historia contemporánea de México se ve reflejada en sus libros?
— Hay libros sobre diversos momentos de la historia de mi país: la matanza del 2 de octubre de 1968, La noche de Tlatelolco, una masacre que todavía no se ha resuelto; la huelga minera de 1959, El tren pasa primero, en donde las mujeres, las juchitecas y las tehuanas, tuvieron una papel decisivo, se tiraron sobre los rieles para impedir que sus compañeros pusieran en marcha los trenes; y mi último libro Amanecer en el Zócalo, que es la crónica de los 50 días del plantón, entre otros muchos.

MÉXICO, TREMENDAMENTE DIVIDIDO

— Usted apoyó al candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Andrés Manuel López Obrador y también participó activamente en el platón. Los sectores conservadores arremetieron contra usted de forma virulenta. Ha sido y es todavía amenazada. ¿Ha sentido miedo?
— Con la edad sí. Con la juventud te mueves en una burbuja de inconsciencia. Yo antes me sentía como resultado de mi condición social muy querida, pero a partir de 2006 he sentido mucho el odio de la gente. Salía a comprar al supermercado y todo el mundo me saludaba con simpatía, ahora se me acercan y me dicen que he hecho mucho daño al país. Yo me dirigía con mucha confianza a la gente y ahora la he perdido.
— ¿Se arrepiente de haber apoyado al PRD?
— No. De ninguna manera. No tiene sentido arrepentirse de lo que una hace porque cree que lo debe de hacer.
— ¿Cómo va este país tan extraordinario, México?
— Estamos viviendo una época muy triste. Me siento desolada por el fraude. Somos muchos los que todavía apoyamos a López Obrador. México está tremendamente dividido, lo cual es muy tremendo para la gente que tiene necesidades horribles. Existe una gran pobreza y grandísimas fortunas, las más grandes del mundo. Fox es un vanidoso superficial, que dejó un país destrozado, dolido, no hay trabajo y así estamos.
— ¿Usted ha dicho que ahora lo que más felicidad le aporta es estar con sus hijos y sus nueve nietos?
— Me complace mucho, pero también estar con la gente que quiero y que siento que hay un interés común, con la que comparto ideales. Me complace estar con niños, no sólo los míos, todos los niños. Yo antes me detenía poco, pasaba como chiflanazo por la vida. Ahora disfruto de los placeres de una buena comida, una buena conversación, y con la edad (tengo ya 75 años) he cambiado de ritmo. Ahora disfruto mucho por donde pongo los pies.. (CIMAC/AmecoPress)

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