Saturday, November 10, 2007

El Poder de la Confianza

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El pollo estaba exquisito, cenamos en silencio, ambos dejando que el paladar canalizara nuestro placer.

Iktami Devaux (Para Kaos en la Red)

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Había logrado a los 40 años aquello que siempre había detestado y rechazado: una vida cómoda, confortable y muy burguesa; al margen del pelo largo, barba, posturas militantes, discursos de izquierda, etc. etc. ...

Debo admitir, por mucho que me duela, que más allá de todos los planteos filosóficos y teológicos no sólo era un burgués sino que siempre lo sería.

El hecho de que participara en protestas, cortes de ruta, y, de vez en cuando redactara una nota agresiva y tajante en el periódico de moda en el ambiente zurdo, despotricando contra el gobierno de tal manera que en otras épocas hubiera puesto mi vida en peligro, no quitaba verdad a esta realidad. Contemplarlo era ya todo un logro.

Mi solvencia económica se debe a las importantes ventas de mis libros. Escribí durante muchos años sin poder progresar más allá de un estilo pomposo, pseudo-intelectual saturado en la arrogancia de aquellos deslumbrados por la falsa ilusión de tenerla tan clara y que miran con desdén a la mayoría de los que lo rodean.

No obstante estos inconvenientes llegué a lograr algunas publicaciones de mínima importancia. Lo suficiente como para hacer la ronda de cafés exhibiendo con mucho orgullo el rótulo de escritor mientras me moría de hambre.

Pero al cumplir los 37 pasó algo insólito. Después de años de experimentar con lo esotérico y sobrenatural logré tomar contacto con el alma (por llamarla de alguna manera) de Macedonio Fernández. Todo lo que tengo que hacer es tomar 27 palabras al azar de una de sus obras, escribirlas sobre una página en blanco y después de concentrarme varios segundos y eliminar toda imagen superflua de mi mente empezar a escribir. Inmediatamente se me une el espíritu de Macedonio y empieza el proceso creativo.

Lo más difícil fue dar con el número correcto de palabras. En algún lugar tengo guardado un manuscrito de más de 300 páginas en el cual Macedonio explica el poder incalculable del número 27. Él insiste en que lo publique para que el resto del mundo se pueda enterar pero algo me dice que no lo haga.

El estilo resultante de lo que escribo no es para nada como el de Macedonio en vida. Es accesible hasta para el más inculto y lo más lindo de todo: muy comercial.

El primer libro de cuentos estuvo entre los más vendidos y la primera novela ganó varios premios, fue traducida a 17 idiomas, y hasta el día de hoy lleva vendida más de tres millones de ejemplares. En estos momentos estoy intercambiando e-mails con Woody Allen, quien está muy interesado en llevarla a la pantalla.

Después de la solvencia económica y la fama vino la culpabilidad. Pero esto no fue lo suficientemente fuerte como para que renunciara a mi sociedad literaria con Macedonio. Debo aclarar que de él sólo recibo bosquejos y diagramas de cuentos y novelas. Yo me encargo de rellenarlos y extenderlos sobre el número de páginas adecuadas según las tendencias editoriales del momento. Después de todo, algo de talento tengo, y como consecuencia un poco que ver con la fama y venta de estos libros. Eso sí, no tuve la desfachatez de usar mi propio nombre. A partir de mi sociedad con Macedonio empecé a usar un seudónimo. A pesar de mi fama, he logrado la anonimidad siguiendo el ejemplo de Carlos Castaneda. Nunca dejo que me saquen fotos, de hecho mi cara jamás apareció en ninguno de mis libros y tampoco ha salido en ningún periódico o revista, y ni hablar de la televisión.

Gracias a mi amigo Pedro que trabaja en una de las editoriales más importantes de España, sigo manteniendo mi identidad en secreto. Esto me da cierta libertad. Hasta me puedo dar el lujo de conducir talleres literarios. Esto lo hago respaldado en la pequeña fama lograda con los libros editados bajo mi propio nombre, escritos sin la ayuda de Macedonio.

Los talleres son concurridos casi exclusivamente, lamento decirles, por una combinación bastante pareja de frustradas amas de casa que no tienen otra cosa que hacer que soñar con el éxito literario y poetas afeminados que piensan que sus fantasías eróticas dan fe de que son la última encarnación de Rimbaud. Me traen sus angustias existenciales disfrazadas de exquisiteces literarias y yo hago lo que puedo para ayudarlos un poco sin pisotear sus frágiles egos.

De vez en cuando me llevo una sorpresa y surge alguien con una semejanza a algo que pueda pasar por talento.

En el corriente grupo hay siete personas. Cinco mujeres y dos hombres. Entre ellos se destaca una mujer de unos cincuenta años que es lo más grandioso que he presenciado en todos mis años de talleres literarios. Escribe cuentos que nunca dejan de ser originales, de una prosa liviana y mordaz con tramas que atrapan al lector en la primera oración y no lo sueltan hasta el final que nunca deja de ser contundente, espectacular y sorpresivo.

No obstante siendo lejos la que más talento tiene en el grupo es la que más atención presta a mis críticas y nunca deja de incorporar las pequeñas sugerencias que le hago.

El otro día, después de terminar el taller, Tina, así se llama, se acercó y me preguntó cuánto le cobraría por ayuda personal, que tenía algunas cosas que necesitaba mostrarme que no se atrevía a traer al taller. Le contesté que nunca lo había hecho antes y que no tenía una tarifa pero que estaría encantado de pasar por su casa y ayudarla por unas horas si me invitaba a cenar. Se puso muy contenta y arreglamos para el sábado a las 6.

Llegué a su casa, un pequeño chalet sobriamente amueblado. Al entrar me sorprendió ver que estaba todo alumbrado con velas. Bueno, cuando digo todo exagero ya que sólo la cocina y el living estaban iluminados. Me extrañó descubrir que vivía sola ya que siempre insinuó la presencia de un marido. La otra sorpresa fue verla vestida con minifalda ya que a los talleres siempre venía con vaqueros y ni su cuerpo ni su edad daban para tanto.

Nos sentamos frente al hogar en un sofá de almohadones gordos y blandos. Parecían rellenos con pluma de ganso y cuando uno se sentaba se iba hundiendo lentamente mientras se amoldaban al cuerpo.

Sobre una mesa ratona había una picada generosa con sardinas, morrones y corazones de alcaucil, más allá del típico queso, maní, papas fritas y aceitunas.

Me sirvió un vaso de vino y después de una breve charla sin consecuencia me trajo una carpeta y comencé a leer. Era de una calidad aún superior a lo que traía al taller.

—¿Ha publicado alguna vez?

—Jamás.

—¿Lo ha intentado?

—No.

—¿Por qué? Si puedo ser curioso.

—Porque no era el momento.

Seguí leyendo hasta llegar al fin.

—Mirá, no hay nada en que te pueda ayudar, esto es excelente.

Sin darme cuenta la había empezado a tutear.

—Ya sé. Me contestó con una sonrisa mientras tomaba mi mano. Mi reacción inmediata fue retirar la mía, pero algo me lo impidió. Simplemente me puse tenso.

—Comamos . . . el pollo . . . ya debe estar listo, después te muestro la verdadera razón por la cual te invité.

Sonreí, pensando: sé perfectamente bien para qué me invitaste, pero no estoy para esos juegos.

El pollo estaba exquisito, cenamos en silencio, ambos dejando que el paladar canalizara nuestro placer.

Volví a sentarme frente al hogar. Me trajo una botella de whisky y dos vasos. Mientras yo sorbía y dejaba que el fuego me relajara ella limpió la mesa y después se puso a lavar los platos. Cuando volvió yo ya iba por el tercer whisky, no soy de tomar en exceso pero sentía una fuerte sed alcohólica.

Cuando tomé conciencia del efecto del alcohol estaba mirándola hacía rato y descubrí que detrás de sus arrugas era una mujer bastante bella, que en su juventud habrá sido toda una princesa. Sus ojos eran especialmente llamativos, de un color celeste muy claro que centelleaban constantemente con una energía juvenil y pícara.

Trajo un mazo de cartas y empezó a barajarlas mientras me miraba con una sonrisa que de no ser por mi tendencia a la paranoia hubiera dicho era burlona. Me dio el mazo y me dijo:

—Mezclalas bien, cortá varias veces si querés y después elegí una carta pero no me la muestres.

Hice lo que me pedía y ahora era yo el de la sonrisa burlona. ¿Todo esto para un simple truco de cartas? Tomé una carta, era el 6 de espadas.

—Bueno, ahora quiero que la mires bien y después de fijarla en tu mente quiero que sostengas esa imagen por varios segundos.

Hicimos esto varias veces, ella tratando de adivinar la carta en cada ocasión. Hacia el final acertaba el palo siempre y a veces el número de la carta. La verdad es que quedé bastante impresionado, pero no tanto como ella.

—Yo sabía que existía una afinidad telepática entre nosotros.

En esa ocasión no sucumbí a su juego de seducción. Ignoré su invitación a pasar la noche pero accedí a volver a la noche siguiente para continuar nuestros experimentos.

La segunda noche después de otra espectacular cena nos sentamos frente al hogar sobre dos almohadones con el mazo de cartas. Pero antes de empezar ella se disculpó y dijo que tenía que cambiarse para estar más relajada y lograr mejores resultados.

Volvió en una bata de seda azul con unos símbolos chinos bordados con hilo dorado.

Esta vez los resultados fueron más espectaculares. Acertaba la carta exacta siete de cada diez veces y no me cabía la menor duda que cuando ella fallaba era porque mi imagen mental no era lo suficientemente clara.

Se puso a celebrar haciendo piruetas y vueltas de carnero por todo el cuarto. En una de las vueltas se me hizo obvio que bajo la bata estaba totalmente desnuda. Estaba contenta, yo también, aunque no me explicaba muy bien por qué.

Cuando se cansó de hacer piruetas se sentó sobre mí y me besó.

Si bien lo mío no era resistencia estaba muy lejos de ser entrega.

Sentía una atracción por ella pero era puramente mental y emocional, el contacto físico con ella no me producía ningún placer. A pesar de esto ella consiguió que me excitara lo suficiente como para que hiciéramos el amor.

Fui a su casa todas las noches por un par de semanas. Era siempre igual: cena, una sesión telepática y después hacíamos el amor.

No había casi nada de pasión pero era innegable que nos conectaba algo fuerte.

Actuando sobre un impulso decidí mostrarle algo nuevo que había escrito con Macedonio. Tina se emocionó y no pudo contener unas lágrimas de alegría. Quedó fuertemente impactada.

Una noche, después de haber hecho el amor por más de dos horas durante las cuales recorrimos toda la casa y terminamos en el altillo que hacía de dormitorio, decidí fumar un cigarrillo mientras ella nos preparaba un té. Mi encendedor estaba abajo en el living. Busqué fuego en su mesa de luz, abrí un cajón y me topé con un bloc que tenía palabras sueltas escritas sobre su faz.

No soy el tipo de persona al que le gusta chusmear cosas ajenas y estaba a punto de apartar mis ojos pero quedé helado por lo poco que alcancé a leer. Leí toda la página y sentí un miedo escalofriante: las palabras eran parte de lo que había escrito algunos días antes en uno de los pocos momentos cuando no estaba con Tina. Eran palabras sueltas separadas por puntos suspensivos y a veces no era exactamente lo que yo había escrito. Era como si alguien que fuera miope se hubiera copiado desde otro pupitre. Por ejemplo donde yo decía: “el por qué de la fama es un lío” ella tenía escrito: “ . . . por qué . . . de la . . . familia”.

Era justamente algo que había escrito inspirado por las sesiones de telepatía con Tina. En vez de conectarme con Macedonio decidí escribir desde la conciencia que lograba meditando sobre mis propios pensamientos y llegando a la percepción del testigo interior. Ese que observa todo lo que hacemos y pensamos. Era algo nuevo para mí y estaba muy orgulloso de los primeros resultados. Ya me estaba imaginando una continua fama sin tener que recurrir a Macedonio. Seguí yendo a lo de Tina.

Hubo un par de veces en que no pude hacer el amor con ella, la repetida falta de pasión entre nosotros finalmente se hizo notar. La primera vez se lo tomó con bastante tranquilidad, pero la segunda se puso histérica, me dijo cosas ofensivas y palpé una violencia implícita que se desprendía hacia mí desde sus ojos. Sentí que de haber podido me hubiera pegado.

La última noche que pasé en su casa descubrí con horror que sus escritos ya eran casi totalmente igual a los míos. No había manera de que ella los hubiera visto. Me los estaba robando telepáticamente y según todas las indicaciones lo hacía mientras hacíamos el amor y después cuando me dormía.

En un momento de arrojo le había dado una pila de escritos que había hecho con Macedonio para mi próximo libro. Cuando decidí no verla más temí por la suerte de estos pero decidí que valía la pena perderlos con tal de liberarme de ella.

Habían pasado ya tres semanas desde la última vez que la había visto. Por suerte también había dejado de venir a los talleres.

El día del último taller del ciclo estábamos en plena fiesta de cierre cuando apareció Tina, vestida como una adolescente, su pelo largo atado con colita, minifalda roja, medias negras y botas de cuero blancas.

Se me acerca y me entrega un sobre grande, me da un beso en la mejilla y después de saludar a todos se va.

Al llegar a casa abrí el sobre. Adentro estaban todos mis escritos, los de Macedonio y los que ella había interceptado telepáticamente. Había una pequeña nota escrita a mano que decía: “Ya sé que no me tenés confianza, pero yo sí, y si hay algo en lo que confío ciegamente es la vida. Escribís bien, pero me gustás más cuando hacés el amor.”

Iktami Devaux

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