Tuesday, November 06, 2007

“El sello de la vida contemporánea es la neurosis”

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El Premio Herralde se falló ayer en España. El ganador fue el argentino Martín Kohar, mientras que el escritor tapatío Antonio Ortuño, con la novela Recursos humanos, que publicará Anagrama en breve, quedó como finalista.

“Sólo los aspirantes a cantantes pop sueñan con el estrellato”, asegura el escritor y periodista tapatío Antonio Ortuño, quien ayer fue designado finalista del Premio Herralde de Novela 2007, uno de los más prestigiosos en lengua española, que en esta ocasión recayó en el escritor argentino Martín Kohar por el libro Ciencias morales. Para Ortuño, jefe de redacción del diario Público MILENIO, Guadalajara, y autor de la novela El buscador de cabezas y el volumen de cuentos El jardín japonés, que el jurado haya decidido reconocer su trabajo, presentado con el título provisional Volveré y conmigo el fuego, será una manera de acceder a más lectores.

Luego de revisar los 201 manuscritos inscritos en el certamen, un jurado integrado por Salvador Clotas, Juan Cueto, Esther Tusquets, Enrique Vila-Matas y el editor Jorge Herralde redujo a dos títulos su deliberación final. El ganador fue Ciencias morales y el finalista Volveré y conmigo el fuego, que en próximos días se publicará, en Anagrama, con el título Recursos humanos. “Que un sello con el prestigio de Anagrama te publique ayuda muchísimo a tomarte en serio lo que haces, pero un autor no puede decir que escribe para ganarse un premio”, explica Antonio Ortuño (Guadalajara, 1976).

“Enfrentado a una vida miserable como empleado de una empresa, Gabriel Lynch decide rebelarse. Sus odios no tendrán otro objetivo que Constantino, su jefe, el perfecto caballerete empresarial que le ganó el puesto y la mujer”. Con esa sinopsis, la editorial Anagrama anuncia Recursos humanos, novela que será presentada en la próxima Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Ayer, Jorge Herralde, director del sello español y fundador del premio que otorga 18 mil euros, dijo que “la suma de calorías de la literatura del ganador más la del finalista es una de las más altas de nuestra historia”. Y aunque las palabras suenan a grande, Antonio, contrario a los aspirantes a cantantes, no sueña con el estrellato, sino con sus dos pasiones: el periodismo y las letras.

Parece que todo empleado está condenado a odiar a sus patrones. ¿Es Recursos humanos una suerte de reivindicación o ajuste de cuentas desde la literatura?

No directamente. No creo tomar posición por los empleados sobre los empleadores. Si nos reducimos a términos estrictamente morales todos los personajes del libro son despreciables en algún grado. En cierto sentido, el jefe es menos perverso y pérfido que el empleado, que es el narrador principal. Lo que yo busqué en este libro fue construir el discurso del rencor: la autojustificación del odio y la maldad. Mi intención fue hacer una novela moralmente ruda, con un humor muy negro, lindando con el delirio del odio, que a la vez explorara muchos asuntos alrededor de esa relación de dominadores y dominados, no sólo en términos laborales, sino también en términos sentimentales.

Tanto en El buscador de cabezas como en Volveré y conmigo el fuego los protagonistas narran sus historias desde el odio. ¿Cómo asumes, desde la escritura, toda esa ira, a veces contenida, a veces desatada, de tus personajes?

El sello de la vida contemporánea es la neurosis. En algunos casos es una neurosis implosiva, con gente en estado de permanente abatimiento que se siente superada por las circunstancias, y en otros casos es una neurosis explosiva de sujetos que literalmente salen y le hacen el mal al mundo y a sus semejantes. Me interesa explorar ambas posibilidades. Hay diferencias fundamentales entre Álex Faber (protagonista de El buscador de cabezas) y Gabriel Lynch. Faber es un arrepentido, se odia a sí mismo más de lo que odia a nadie. Gabriel Lynch, por su lado, es el símbolo del arribista que hay en cada ser humano: el sujeto al que no le importa a qué tipo de tácticas recurrir para medrar y se siente justificado por su pasado.

Hay en Recursos humanos múltiples referencias bíblicas, desde la “escala de Jacob” que parece dar estructura al libro hasta los nombres angelicales de dos personajes: Gabriel y Miguel. ¿Cómo llevaste eso a un plano oficinesco?

Todo personaje que recurre a este tipo de tácticas requiere una especie de mitología que justifique su proceder. Y la mitología de Gabriel Lynch es el cristianismo, sólo que él la asume un poco a la manera en que los antiguos griegos y romanos asumieron su propia mitología. La mayoría de la gente podrá reconocer con relativa facilidad las citas bíblicas que, de manera muy irónica, utiliza. Es una suerte de clima estético que se busca a través de estas referencias. Lo que hace Gabriel al narrar es justificar su intento de ascender en la oficina. Y la manera en que lo hace es recurrir a símiles bíblicos en los que, intercaladamente, él es un demonio caído de los cielos, un ángel que asciende por la escala o el propio Jacob luchando contra un ángel.

En la novela, Gabriel Lynch dice que no aspira “a un público educado y biempensante”. Como narrador, ¿compartes esa opinión?

No necesariamente. En las condiciones de educación del país, de cualquiera que lea por gusto un libro de ficción se puede decir que la vida lo ha puesto por encima de sus pobres semejantes. En cambio, sí me tiende a molestar la biempensantía, entendida como una suerte de resignación a un consenso en cuanto a las ideas: gente que repite lo que lee. Gente que se conforma con ser de algún modo una continuación de las ideas de otros y que organiza su propio mundo con respecto a jerarquías inmóviles donde hay un bien y un mal claros, pero saben poco o nada de matices. La inteligencia literaria y en la vida real está en la capacidad de ver esos matices. Lo más interesante que te puede pasar como escritor, en cuanto a contacto con el público, es que te lea gente de procedencia muy diversa.

Guadalajara • Mariño González

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