Wednesday, May 09, 2007

La 'traición' de Vallejo



Un moralista que apenas rompió un vínculo burocrático.


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A las cinco de la tarde del martes, 1.200 lectores de EL TIEMPO -"patriotas" en su mayoría- seguían lanzándole al autor de El desbarrancadero toda clase de improperios. Se acababa de conocer en los medios la carta en la que Fernando Vallejo renunciaba a la nacionalidad colombiana.

Aunque unos pocos trataban de comprender la decisión de un escritor que nunca encontró motivos para hacer profesión de fe patriótica, la mayoría parecía bailar imaginariamente sobre los restos mortales de Vallejo. A medida que leía esos mensajes implacables, recordaba nuestra historia reciente. ¿No eran acaso 'patriotas' los 'extraditables', que decían preferir una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos? ¿No fueron patriotas los 'pájaros' y 'chulavitas' de la Violencia bipartidista? ¿No acabarán siendo 'patriotas' los ejércitos privados y los 'ejércitos del pueblo' que en los últimos 20 años llenaron de fosas comunes el territorio nacional?

Si la 'nacionalidad' no es más que el vínculo jurídico entre una persona y un Estado, la renuncia de Vallejo rompió apenas un vínculo burocrático y un trámite de fronteras. Dudo de que pueda romper con su memoria cultural. Esta lo vincula para siempre a la fatalidad de ser colombiano y a la tradición de Vargas Vila, Barba Jacob y Fernando González.

El gesto de Vallejo no es inferior ni superior al de quienes creen que toda nacionalidad es azarosa. En este preciso momento debe de haber miles de colombianos dispuestos a renunciar a su nacionalidad si les ofrecen un futuro más digno, duradero y justo. Como esto es motivo de vergüenza y prueba de uno de los fracasos de la patria, mejor no convertirlo en escándalo 'patriótico'.

Lo anterior conduciría a la mención de millones de colombianos expulsados hacia las periferias de su propia patria, a las miserables razones de quienes, puestos a elegir entre la patria y un colosal negocio multinacional, pierden el pasaporte y trampean con las obligaciones fiscales.

La literatura de Vallejo es la obra de un moralista. Sé que va a ser difícil convencer a los lectores de esta columna de que el carácter moralista de esa obra está precisamente en el hecho de resaltar hasta sus extremos más patéticos las peores y más atroces realidades de "la patria". El carácter moralista de esa obra se encuentra en el fatigoso empeño de preferir el grito al silencio, la diatriba al acuerdo mentiroso, la impaciencia que increpa a la resignación que envilece.

Si no se comprende la decisión del escritor desde la perspectiva de un hombre sincero y desesperado, se caerá en la tentación de calificarlo de "traidor". Vallejo es un moralista cuya obra responde de manera airada a la tradición regional de la usura y la hipocresía moral, a las variantes pervertidas del éxito y la fortuna a cualquier precio, del "levante plata, mijo, levántela como sea". Responde a esto y también a la tradición universal de la desobediencia.

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