Tuesday, December 05, 2006

"Los escritores son antropófagos, cada movimiento literario devora al anterior"

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«La literatura de Cela es notable, pero "La familia de Pascual Duarte"
leída ahora, me parece un libro muy difícil de tragar»

RAFAEL REIG ESCRITOR Y CRÍTICO LITERARIO, ACABA DE PUBLICAR «MANUAL DE LITERATURA PARA CANÍBALES»

Víctor GUILLOT
-DE LA NUEVA ESPAÑA-
-SERVICIOS DE GOOGLE, PARA BLOGGERS-

«Yo quería escribir una especie de "mundo de Sofía" sobre literatura, esto es, una historia de la literatura pero con siete whiskies encima, o sea, con mucha marcha», dice Rafael Reig, en la presentación de su libro en Gijón cuando se refiere a su «Manual de literatura para caníbales», una historia novelada de la literatura española que va desde el XIX hasta hoy y por la que pasa toda la grey literaria. Joseph Pla dijo de Baroja que escribía adjetivos como suelta un burro sus pedos. La España cainita y caníbal de la literatura se refleja entre las páginas de este último libro que edita Debate, cuyos protagonistas, «nuestros escritores», se muestran como grandes mentirosos y manipuladores, envenenados por el poder, el dinero o la gloria, y obstinados en devorar movimientos literarios de los que, inexorablemente, ellos mismos serán pasto.
-Su libro no deja de ser una desmitificación y una sátira de la literatura española.
-Siempre he pensado que la literatura es sencillamente una actividad compartida por dos personas, donde un señor escribe solitariamente su libro en una habitación y vestido en pijama, y otro señor, desde el otro extremo de la ciudad, lo lee en su casa, sentado con los pies sobre la mesa. Ni más ni menos. La literatura es comunicación y eso ya es importante.
-Pero eso no explica el nacimiento de los movimientos literarios en España.

-Hubo quien entendió que había que hacer algo más relevante, como una generación o la expresión de un sentimiento colectivo, algo que fuera obligatorio conocer para salir a la calle con la cabeza muy alta. Fue entonces cuando surgieron los movimientos literarios y el romanticismo fue el primero de ellos en España. Por otra parte, creo que los escritores son antropófagos, que se comen unos a otros, que cada movimiento literario devora al anterior, creando una especie de cadena trófica, que incluye algo nuevo sobre lo anterior.
-Este libro es una mixtura de novela y manual al uso, pero en ningún caso pretende ser un canon.

-Quería escribir un libro con opiniones y quería apostar por opiniones arriesgadas. Soy de los que creen que no debemos creer en los cánones ni en los catecismos literarios. Hemos llegado a la conclusión unánime de que el «Quijote» de Cervantes es bueno y el de Avellaneda no lo es tanto. Pues bien, lo que yo digo es que, quizás habría que volver a pensarlo otra vez. No creo en los monólogos y me gusta arriesgarme a no tener razón. Espero que, a base de equivocarme, este libro suscite las ganas de pensar y leer para poder discutir un poco más, pues no hay mejor noche que aquélla en la que unos amigos beben y discuten acaloradamente de literatura.
-¿La naturaleza caníbal y cainita de la literatura española es más propia de nuestro país que del resto de Occidente?

-Opino que en todos lados se cuecen habas. No creo que haya que pensar que la española es una literatura más cabrona. Piense en la literatura inglesa, donde sus escritores se tildan públicamente unos a otros de borrachos, calvos y sodomitas, y no pasa nada. En España, por el contrario, nos manejamos con muy buenas maneras. Yo no cuento porque soy un pozo de rencor, así que cuando he intentado escribir un artículo contra las novelas de Álvaro Pombo, que me parece un escritor insoportable, me han llamado después al orden y me han dicho que eso no se puede publicar.
-¿En España impera la conciencia del escritor sagrado?

-En la literatura española y más aún en la hispanoamericana, donde el escritor es un tipo sagrado que admite, como en algunos países latinoamericanos, el nombramiento de embajadores a tipos que escribieron tres poemas.
-Usted reconoce que la literatura española no es más cainita que la de otros países. Sin embargo, los escritores españoles han ido más allá de la difamación, declarándose directamente la guerra. Pienso en la relación literaria entre Javier Marías y Fernando Marías que usted incluye en su libro.
-Javier Marías tiene un hermano que casualmente se llama Fernando, al que le repateaba tremendamente que Fernando Marías, el autor de «El niño de los coroneles», fuera escritor. Convenció a su hermano para que lo denunciara. Lo cual que al escritor le llegó un abogado instándole a que cambiara de nombre, porque aquello se podía prestar a confusión, alegando preexistencia del nombre. Parece ridículo, pero fue así. A partir de esta anécdota me di cuenta del carácter de Javier Marías.
-¿Y se inspiró para plantear dos modos de entender la novela?
-Javier Marías es escritor y, sin embargo, y esto es completamente cierto, rey de una isla ficticia llamada Redonda, donde hay poco más que cacatúas e iguanas. Fernando Marías es un particular que escribe. Javier Marías es un escritor de alto nivel pero ilegible, y Fernando Marías es un autor popular que escribe historias donde suceden muchas aventuras. Son dos maneras muy distintas de entender la literatura, una como comunicación para entenderse con la gente, que es la de Fernando, y otra como un acto esotérico, que busca la creación de castas, que es la de Javier. Aquéllas se leen para saber cómo terminan y éstas se escriben para no contar absolutamente nada. El caso es que yo, como buen amigo de Fernando, le he convertido en este libro en presidente de la República Cuadrada, para enfrentarlo al otro rey y describir así estos dos modos de narrar.
-En este manual usted presta tanta atención o más a la biografía del autor, como a su obra. Como la denuncia que hace de Cela como delator y censor.
-Yo creo que Cela ha escrito algunos novelas correctas y ha tenido algún mérito. Pero creo que también tiene mucho delito. Cuando yo era un niño, el paradigma de escritor era Camilo José Cela. Si a Cela le decía alguien «oiga usted», Cela se giraba y decía. «Conocerme a mi es cultura general, yo no soy un oiga usted». Algo similar sucedía con Dalí en la pintura. Eran artistas a los que se permitía un plus de excentricidad. Cela podía decir que absorbía un litro de agua por el culo y no pasaba nada. Parte del pecado de Cela y de Dalí es que usaron su libertad para absorber un litro de agua por el culo. Creo que no se debe desperdiciar la libertad de ese modo. A Cela o a Dalí se les debía haber exigido mucho y no es injusto pasarles la cuenta.
-¿Hasta qué punto es notable la obra de Cela? Usted es muy crítico con «La familia de Pascual Duarte» en su manual. -En un desierto literario como el de la España de los años cincuenta, la literatura de Cela es notable, pero leída ahora, el «Pascual Duarte» me parece un libro muy difícil de tragar. Como sabes, Pascual Duarte era un criminal común, un asesino, en Badajoz. Al comienzo de la guerra civil, su pueblo está en zona republicana y se liberan sus cárceles. Entonces Pascual Duarte sale de la cárcel y se mete en una orgía de sangre hasta que llegan las tropas de Franco y, por fin, restablece el orden ajusticiando a Duarte. Estamos hablando de Badajoz, un lugar donde se hizo una de las matanzas más sangrientas durante la guerra civil. La novela está ausente de todo esto. Al final el orden es lo que impera como valor positivo en el libro. Así que el «Pascual» es una novela muy poco inocente. Se publicó con el patrocinio de Juan Aparicio, maestro de periodistas y gran hombre del régimen. Tras la primera edición, editada sin ningún problema, la gente le dio otra lectura distinta al libro. Es entonces cuando se censura. A Cela habría que preguntarle entonces. ¿Y esto? ¿Por qué me hablas de esto cuando en Badajoz hubo una masacre?
-Siguiendo la línea marcada por Antonio Orejudo en su novela «Fabulosas narraciones contadas por historias», su manual mantiene la tesis según la cual Ortega es el ideólogo de una gran compañía mediática financiada por Juan March ....
-Hay una especie de mandarines de la cultura, de grupo de poder formado en los años veinte gracias a Ortega, cuyos herederos intelectuales deciden hoy en el mundo cultural. Curiosamente, en los años sesenta, Cela denunció a cincuenta o sesenta escritores por comunistas. Él ya se había ofrecido como delator en los cincuenta, pero en los sesenta ya no hacía ninguna falta. El caso es que por aquellos años, ciento cincuenta escritores españoles acuden a un congreso a Alemania. Cela escribe una carta a Fraga en la que dice que de los ciento cincuenta, sesenta eran comunistas, en su mayoría recuperables. Entiende que con un presupuesto de un millón de pesetas los podría recuperar montando una editorial, una revista. Esto está documentado. Lo que no se sabe fue la respuesta, pero sí se sabe que al año siguiente Cela fundó Alfaguara. Cánovas del Castillo dijo que en España han mandado siempre doscientas familias, todos son primos, los Bustelo, los Sotelo, los sobrinos de la tía Carlota. Ortega promueve una élite cultural que pudiera controlar los resortes de la cultura, y creo que esa élite sigue funcionando..
-En los años sesenta llega una nueva renovación de la novela: Marsé, Martín Santos y Benet. Respecto a este último, a pesar de ser un completo aburrimiento, se ha erigido una secta de benetianos que dan miedo.

-Juan Benet es un auténtico presidente del sindicato del plomo o un genio dadaísta capaz de escribir nueve páginas sobre un ladrillo, contando la composición química del ladrillo. Eso sólo lo puede hacer un tío muy malvado o un dadaísta que quiere gastar una broma. Luego la gente se lo ha tomado en serio. Es un escritor que nadie puede leer. A lo mejor se ha leído con aprovechamiento y gozo. Yo creo que no. Lo más sorprendente es que se diga que Juan Benet es uno de los escritores que más han influido en los últimos años. Yo pregunto: ¿en qué cojones ha influido? Pero si no lo ha leído nadie. Esto tiene que ver con la visión religiosa de la literatura y parece que Benet es un santo.
-A Javier Marías le darían ganas de ajusticiarlo por lo que ha dicho.

-Javier Marías y Benet tiene cosas en común. No tienen nada que contar, piensan que son más listos que el lector, un error muy grave, y se creen que se han salido con la suya. Eso es lo único cierto.
-La muerte de Luis Martín Santos creó un mito literario, pero su libro «Tiempo de silencio» ya no se sostiene.
-Yo disiento de eso. Me parece que tiene una obra muy notable. Era un tipo extraño, era un gordo que adelgazó. Y esto provoca trastornos psicológicos serios. Él quería tener una plaza de médico en el hospital de Vitoria. Cuando la consigue, el titular de la plaza se ahorcó en el despacho. Su vida fue muy desastrosa; su figura, trágica. Creo que tiene verdadero relieve literario. Su libro, del año sesenta y dos, tiene muchas pedanterías, sobran cosas, pero tiene un nervio, un centro de gravedad, en el que hay verdadera pasión y verdadera literatura.
-Este manual pide más candela. ¿Necesita una continuación?

-Yo quería presentar este libro como un segundo volumen. Haría falta escribir una primera parte que contara las reyertas entre Quevedo y Góngora, en el Sigo de Oro, pero el editor no me ha dejado, de momento.


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