Thursday, December 21, 2006

El suicidio de las palomas: Un cuento de Luís Alfredo Collado

El autor es periodista y secretario general de la seccional del Colegio Dominicano de Periodistas –CDP- en New York.

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La ciudad está estremecida, espantada y asustada. No es para menos, desde hace días están llegando millares de palomas de casi todos los países del mundo, todas llegan con un propósito en común: suicidarse en New York, y es que esto está provocando serios estudios sobre el comportamiento de las palomas y su extraño modo de renunciar a sus vidas, cada minuto decenas de ellas se encumbran por los aires para luego estrellarse en picada sobre los edificios los automóviles y la gente...
Ayer, cuando Pablito y yo íbamos hacia el tren, vimos a una paloma que, de acuerdo a su misteriosa forma de volar venía procedente de algún país con gruesos problemas económicos. Ella, al igual que sus congéneres, también vino a renunciar a su vida de manera abrupta, así lo hizo y frente a nuestras absortas miradas. Se levantó en el más tórrido de sus vuelos, para luego caer de bruces sobre un auto que se desplazaba por la avenida que conduce al otro lado del río Hudson, ese mismo que ha visto arrastrar incontables cadáveres de palomas blancas, negras y grises.
A su caída, en un momento pensamos que impactaría con el parabrisas pero así no fue; ella golpeó contra el espejo retrovisor -el que está a la derecha del conductor, justo donde se encuentra un letrero que dice NYPD- que al contrario de los demás no está escrito con letras blancas y azules sino de color escarlata. Su impacto fue mortal cayó al pavimento como en posición prenatal, las alas recogidas y su pico apuntado hacia el cielo, pero solo por unos instantes, pues quedó en la trayectoria por donde pasa la llanta de atrás, la que pasó sobre el ave muerta haciendo que de su cuerpo brotara el intestino más delgado ese que al salir por su virginal esfínter formó como una especie de letras separadas y desordenadas. Pablito leyó Paz y yo vi que decía ¡coño! ...
Qué morboso eres dijo el muchacho, es que no sientes compasión por estos tiernos animales. Le repliqué, mira, Pablito, ese es un asunto de paloma. Además, cuando la vida da problemas, el suicidio es la principal prerrogativa con que cuentan los perturbados. El muchacho asintió como que queriéndome decir hijo de puta.
Finalmente, con voz entrecortada, casi me susurra ¿Mira, es que aquí no existen especialistas que estudien el comportamiento de las palomas y su instinto suicida? Sí, le respondí, pero los sicopalomos están muy ocupados en estos días, pues trabajan intensamente en la actualización de las computadoras antes del Y2K, porque para el próximo año tienen planeado crear palomas distintas, es decir genéticas, clonadas, in vitro, en lugares donde se gesta en criogenia. Bien, me dijo, y yo advertí que no entendió nada.
Después de una hora retornamos a casa cuando ya la radio anunciaba la inusual noticia, en ese instante un locutor leía ...todas las palomas del mundo volaron a esta ciudad y se suicidaron junto con las de aquí... Ya en casa Pablito se recostó frente a la ventana del cuarto que ocupo para leer los clasificados de los diarios y los libros polvorientos de Rousseau, Engels, Adam Smith, Marx, Vargas Vila, los versos satánicos de Salman, el Corán, la Biblia y los Vedas, en fin lo que le lee la gente. Casi cuando terminaba el párrafo de un libro que negaba implícitamente la existencia de Dios de la autoría de un escritor isleño desconocido y odiado por las huestes cristianas, fue cuando Pablito se trepó sobre mi rústica mesa de lectura y otros oficios de esos que provocan éxtasis y anulan las fuerzas de los desordenados.
El mozalbete me gritó, viejo mira una paloma, es la última y la única que queda viva ¿Crees que se va suicidar? me dijo. Le contesté... puede que sí...Entonces se repuso y exclamó ¡Esta la mataré yo! Así me llevaré la gloria de no dejar que se suicidara ante mis ojos y los tuyos, la mataré y tendré el privilegio de matar la última paloma del siglo, del milenio y del mundo.
Así lo hizo tomó una batería que era de mi radio portátil, el que uso para escuchar las predicciones astrológicas y los que opinan, era una batería plateada y estaba tirada en el piso al lado izquierdo de la mesa donde descanso uno de mis pies, por turnos de dos a seis minutos. Tomó el artefacto con su mano derecha, subió el cristal de la ventana y arrojó la batería a una velocidad recta que superaba las 666 millas por hora. Su disparo fue certero, hizo diana en el lateral derecho del ave. Esta cayó de inmediato, en el suelo pude ver que movió lentamente su gruesa cola antes de morir. ¡Asesino! le dije; él sonrió, mientras yo contemplaba la última paloma del mundo y la forma trágica como murió. Era negra, de plumaje suave y aspecto casi divino...
Dic.1999
Buenos días:
Hoy se cumplen siete años del suicidio de las palomas.
Luis Alfredo Collado


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