Saturday, December 01, 2007

Literatura que cura las propias heridas

Héctor Abad Faciolince y El olvido que seremos
Servicios Google/Milenio, Mx

Un escritor que permanece impasible ante la violencia es un creadro indigno.

Hay heridas que tardan en sanar, sobre todo las del interior, aquellas no visibles, hasta que se encuentran los caminos para intentar la sanación. Algo parecido le sucedió al colombiano Héctor Abad Faciolince, quien a partir de su tragedia personal, el asesinato de su padre en la turbia atmósfera colombiana, escribió la novela El olvido que seremos (Planeta, 2006).

“En la palabra hay una especie de terapia: es verdad que cuando uno cuenta las cosas y transforma sus ideas y sus recuerdos en literatura se produce una tranquilidad. Una manera de enfrentar a los fantasmas está en escribirlos con mucha decisión, porque cuando ya está escrito y está bien delimitado, es más fácil de comprender y de dominar esa realidad o ese pasado”, dice el autor.

Guadalajara/Jesús Alejo

Una historia que nace de la vida misma. De una vida muy digna al lado de sus padres, dentro de una familia armónica y un padre tolerante y liberal: una experiencia familiar positiva, en pocas palabras, explica el escritor colombiano. Aunque en el camino se encontró con un hecho de sangre, el verdadero demonio convertido en literatura.

“A diferencia de lo que han hecho muchos escritores, que han creado sobre padres terribles, sobre familias desastrosas, acerca de relaciones padre-hijo difíciles, a mí tocó una tarea distinta: escribir sobre una familia armónica, de una relación muy fácil de padre e hijo, pero que por el asesinato final, tiñó todo con un color de tragedia más oscuro.”

Un pasado que forma parte de la realidad de nuestros días en distintas sociedades, si bien Abad Faciolince se refiere a la colombiana, que no ha querido ocultar ni extirpar, sino todo lo contrario: mostrarlo de frente y de lleno. “Creo que la mejor manera de combatir la violencia es mostrar el horror, el oprobio, la destrucción, la locura en la que hunde en la violencia.

“Creo que la violencia se denuncia a sí misma, cuando uno la describe bien y, sobre todo, cuando quien la padece es un personaje bondadoso. No quiero que se piense que la tragedia le dio tintes rosados a esa relación, porque tampoco era justo: ni la tragedia le dio al muerto una característica de santo, porque tampoco fue así. Fue un ser humano no común y corriente, pero sí con todos los altibajos que tenemos.”

Plasmar la realidad

Un escritor casi siempre es un espectador de lo que cuenta; pocas veces busca ser el protagonista de las cosas y lo peor que le puede pasar en la vida es ser parte de la violencia que se narra. Héctor Abad, por supuesto, hubiera preferido ser sólo espectador de la violencia en Colombia y nunca padecerla en una persona tan cercana.

“Y cuando eres espectador tampoco puedes permanecer indiferente. Si tú ves desde la ventana de tu casa que alguien le pega a una niña o a una joven y comete una agresión, si tú permaneces impasible ante el hecho serás una persona indigna por el resto de tu vida.

“El escritor espectador y punto es un creador pobre como ser humano. Y con mayor razón si la violencia toca la puerta de tu casa y tú la ves de lleno. Un escritor que no se enfrente con esa violencia y que no trate de mostrarla en todas sus facetas, sería un escritor indigno.”

El colombiano no podía seguir dándole la espalda a esos hechos, seguro de que el valor de un periodista y de un escritor radica en llegar hasta las últimas consecuencias. Contada la historia de su padre, su asesinato, Héctor Abad se siente muy tranquilo, satisfecho como cuando se concluye con una tarea postergada durante mucho tiempo.

“Después de este libro puedo volver a la escritura con una serenidad distinta: escribí el libro que necesitaba escribir, tal vez el único libro que tenía que escribir obligatoriamente. Ahora puedo volver tranquilo a la literatura, listo para enfrentar cualquier otro tema. El libro es una liberación.”

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