Wednesday, July 25, 2007

¿Y la izquierda, señor don José?

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Geovani Galeas/Columnista de La Prensa Gráfica

José Saramago, premio Nobel de Literatura, se convirtió en una suerte de conciencia moral de la intelectualidad europea, y en una referencia ineludible en los debates latinoamericanos sobre ética y política. Su posicionamiento en favor de las luchas de la izquierda, expresado siempre en términos precisos, y extensivo a cualquier punto del planeta, se sustenta en su reconocida rectitud personal y en su claridad de juicio.

Una de sus batallas más intensas, y en las que ha involucrado siempre todo el peso de su prestigio, a contracorriente de las críticas de muchos de sus colegas, ha sido la defensa incondicional de Cuba como una opción digna y hasta ejemplar en Latinoamérica.

El 14 de abril del año 2003, sin embargo, luego del fusilamiento de tres disidentes cubanos, don José publicó una carta abierta a Fidel Castro: “Cuba no ha ganado ninguna heroica batalla fusilando a esos tres hombres, pero sí ha perdido mi confianza, ha dañado mis esperanzas, ha defraudado mis ilusiones. Hasta aquí he llegado”, decía entre otras cosas.

Cuatro días después le seguía Eduardo Galeano en un artículo publicado en la revista Marcha, en el que señalaba como una traición al socialismo “el desastre de los países comunistas convertidos en estados policiales”, y precisaba: “Son visibles, en Cuba, los signos de decadencia de un modelo de poder centralizado, que convierte en mérito revolucionario la obediencia a las órdenes que bajan desde las cumbres”.

Pero esos fusilamientos no fueron los primeros ni los más brutales actos represivos perpetrados a lo largo de la dictadura castrista. Eran el efecto de una causa de fondo, tardíamente reconocida por don José y por Galeano: la ausencia de libertad, la represión del derecho a la disidencia, ese derecho que precisamente don José reivindica de manera inmejorable en su manifiesto: “Disentir es un acto irrenunciable de conciencia”.

Tuve la oportunidad de cenar con don José Saramago, aquí en San Salvador, algún tiempo después de su distanciamiento de Cuba. Conversamos mucho e intensamente sobre ese punto, y me dijo que ya se había reconciliado con la revolución cubana, que detrás de todo había existido un malentendido. Le pregunté cómo y por qué. Debo confesar que sus argumentos me parecieron vagos y hasta evasivos: “La izquierda es la única opción decente para un intelectual decente en nuestro tiempo”, concluyó diciéndome.

Tuve la impresión de que don José no creía pero quería desesperadamente creer en sus propias palabras. Quizá mi intuición fue correcta: hace un par de semanas, don José declaró lo siguiente al diario colombiano El Tiempo: “No veo nada más estúpido que la izquierda. Sufre de una especie de tentación maligna. Unos enfrentados a otros, por grupos, por partidos, por opciones... Viven en medio de confusión porque están conscientes de que el poder se les escapó. Hay una tentación autoritaria en muchos. De los ideales no queda nada”.

El ideal de la izquierda ¿no era caso la supresión de los regímenes totalitarios autocráticos, acaudillados por militares empeñados en eternizarse en el poder?, ¿no era el establecimiento de sistemas democráticos en los que floreciera en principio la libertad de expresión y el respeto a la disidencia? Esos ideales, reconoce ahora don José Saramago, se han esfumado.

Tiene razón. Por mi parte insisto: no hay coherencia en luchar aquí por la conquista y la consolidación de las libertades democráticas, pero aplaudir al mismo tiempo a Castro y a Chávez, quienes en sus países reprimen esas mismas libertades. La izquierda salvadoreña está presa de esa contradicción. Resolverla es indispensable para convertirse en una opción real de alternancia.

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